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Renée Moreno:
En los primeros días de mayo, casualmente la encuentro en la esquina de su casa. Llevaba conmigo un afiche que aquí publicamos del Cine Esmeralda. La invité a que me contara algo sobre el mismo. Asintió con su amabilidad de siempre. Fijamos la cita para unos días más tarde. Y quedó todo sumido a la humedad del cristalino… El desconsuelo del destino quedó en el “perchero del pendiente”. La hoja vacía, me miraba acongojada... Recurrí a Jeannette pues sabía que existía una hermosa amistad entre ellas. Le conté lo ocurrido y solicité su colaboración para dejar en letras este desventurado momento. Afortunadamente podemos contar con estas emotivas líneas simplemente como el inicio de un testimonio que publicaremos en números venideros. Renée Moreno merece eso y mucho más.
El 11 de mayo pasado se nos fue para siempre la entrañable Renée. Me han pedido que escriba algo acerca de ella, una breve semblanza y se me amontonan los recuerdos. Me parece verla por el barrio. Eterna hormiguita viajera en su diario trajinar: visitando amigas, vecinos, concurriendo a reuniones, haciendo sus mandados, o simplemente sentándose frente a la plaza (en lo de Chacho) a conversar y ver gente porque René era un ser esencialmente social.
Comenzamos a conversar y tratarnos a partir del año 2004, cronológicamente poco tiempo pero muy rico en anécdotas y valiosos recuerdos que ella nos transmitió, a mí y a un grupo de amigos amantes de la historia.
Renée era la memoria viva de un San Carlos y una época ya pasados que ella podía describir con una rigurosidad fotográfica: desde las charlas de Carlos Alberto Cal en la plaza hasta un paseo al cine Esmeralda; desde el pasaje del Zeppelin por nuestros cielos hasta el hundimiento del Graff Spee, amén de sus múltiples viajes por el mundo. Mi relación con ella comenzó entonces con pequeñas entrevistas en las cuales me contaba hechos y cosas de San Carlos ya olvidados y que pocos conocían, pero a medida que nos fuimos conociendo admiré su energía, su don de gentes, su humildad, que la hacían tratar a todas las personas por igual.
Debo decir que nunca la escuché hablar mal de nadie, ni prejuzgar, ni criticar. Con el tiempo comenzamos a hablar no sólo de anécdotas de San Carlos sino de infinidad de temas diversos.
Nunca me aburrí hablando con Renée. Nunca fue un obstáculo la distancia generacional, eran 40 años de diferencia, porque ella no sólo sabía transmitir sino también escuchar. Ella era profundamente católica, yo diría más bien profundamente cristiana, yo atea, y ella lo sabía. Ella perteneció toda su vida a un partido tradicional, yo a un partido de izquierda, y ella lo sabía. Nada de esto impidió que creáramos un fuerte vínculo de respeto y amistad.
Pequeña, menuda, se agigantaba a veces cuando tenía que enfrentar opiniones que no la retrataban fielmente. Fue en una de esas ocasiones que me pidió, y es justo homenaje hacerlo público hoy, que cuando ella ya no estuviera, por favor le dijera a todos que no había sido una persona “apocada”. Era algo que la preocupaba mucho y me decía:-“Yo vivo sola…voy a todos lados…hago mis mandados. Tú encuentras que soy apocada?” Entonces le decía que de ninguna manera pensaba que eso, sucede a veces que la gente confundía tolerancia y bondad con debilidad.
Pero hay una anécdota que la retrata de cuerpo entero. Ya hablé de su tolerancia y de su discreción. Pues bien, ésta discreción podía llegar a límites increíbles. Unos quince días antes de caer enferma la convocamos con Dalton De León para una “tertulia histórica” como solíamos llamarlas para beneplácito de ella. El tema giró sobre algunos hechos de la Guerra Grande (sí, la Guerra Grande!) que le habían llegado a través de su familia y que involucraba algunas personas y familias de San Carlos. Todo iba bien hasta que en determinado momento, hablando de algunos sucesos, ella dijo que no iba a dar nombres. Quedamos en silencio un momento y Dalton, desesperado porque de pronto nos perdíamos preciosos datos históricos, le dice: -“Pero, Renée, ¡hace 150 años! ¡Ya no queda ninguno vivo!” Se hizo otro silencio y ella continuó imperturbable su narración sin dar pista alguna de nombres o apellidos, fiel a sus códigos. Nosotros, sin podernos conformar por no llegar a datos que a esa altura sólo ella podía transmitir.
¡Te extrañamos René!
Texto de: Jeannette Píriz San Carlos, Mayo de 2010
El 11 de mayo pasado se nos fue para siempre la entrañable Renée. Me han pedido que escriba algo acerca de ella, una breve semblanza y se me amontonan los recuerdos. Me parece verla por el barrio. Eterna hormiguita viajera en su diario trajinar: visitando amigas, vecinos, concurriendo a reuniones, haciendo sus mandados, o simplemente sentándose frente a la plaza (en lo de Chacho) a conversar y ver gente porque René era un ser esencialmente social.
Comenzamos a conversar y tratarnos a partir del año 2004, cronológicamente poco tiempo pero muy rico en anécdotas y valiosos recuerdos que ella nos transmitió, a mí y a un grupo de amigos amantes de la historia.
Renée era la memoria viva de un San Carlos y una época ya pasados que ella podía describir con una rigurosidad fotográfica: desde las charlas de Carlos Alberto Cal en la plaza hasta un paseo al cine Esmeralda; desde el pasaje del Zeppelin por nuestros cielos hasta el hundimiento del Graff Spee, amén de sus múltiples viajes por el mundo. Mi relación con ella comenzó entonces con pequeñas entrevistas en las cuales me contaba hechos y cosas de San Carlos ya olvidados y que pocos conocían, pero a medida que nos fuimos conociendo admiré su energía, su don de gentes, su humildad, que la hacían tratar a todas las personas por igual.
Debo decir que nunca la escuché hablar mal de nadie, ni prejuzgar, ni criticar. Con el tiempo comenzamos a hablar no sólo de anécdotas de San Carlos sino de infinidad de temas diversos.
Nunca me aburrí hablando con Renée. Nunca fue un obstáculo la distancia generacional, eran 40 años de diferencia, porque ella no sólo sabía transmitir sino también escuchar. Ella era profundamente católica, yo diría más bien profundamente cristiana, yo atea, y ella lo sabía. Ella perteneció toda su vida a un partido tradicional, yo a un partido de izquierda, y ella lo sabía. Nada de esto impidió que creáramos un fuerte vínculo de respeto y amistad.
Pequeña, menuda, se agigantaba a veces cuando tenía que enfrentar opiniones que no la retrataban fielmente. Fue en una de esas ocasiones que me pidió, y es justo homenaje hacerlo público hoy, que cuando ella ya no estuviera, por favor le dijera a todos que no había sido una persona “apocada”. Era algo que la preocupaba mucho y me decía:-“Yo vivo sola…voy a todos lados…hago mis mandados. Tú encuentras que soy apocada?” Entonces le decía que de ninguna manera pensaba que eso, sucede a veces que la gente confundía tolerancia y bondad con debilidad.
Pero hay una anécdota que la retrata de cuerpo entero. Ya hablé de su tolerancia y de su discreción. Pues bien, ésta discreción podía llegar a límites increíbles. Unos quince días antes de caer enferma la convocamos con Dalton De León para una “tertulia histórica” como solíamos llamarlas para beneplácito de ella. El tema giró sobre algunos hechos de la Guerra Grande (sí, la Guerra Grande!) que le habían llegado a través de su familia y que involucraba algunas personas y familias de San Carlos. Todo iba bien hasta que en determinado momento, hablando de algunos sucesos, ella dijo que no iba a dar nombres. Quedamos en silencio un momento y Dalton, desesperado porque de pronto nos perdíamos preciosos datos históricos, le dice: -“Pero, Renée, ¡hace 150 años! ¡Ya no queda ninguno vivo!” Se hizo otro silencio y ella continuó imperturbable su narración sin dar pista alguna de nombres o apellidos, fiel a sus códigos. Nosotros, sin podernos conformar por no llegar a datos que a esa altura sólo ella podía transmitir.
¡Te extrañamos René!
Texto de: Jeannette Píriz San Carlos, Mayo de 2010
Renée vista por el poeta Leonel Cugnetti Baldo:
Es un símbolo de la carolinidad.
Digna representante de una época gloriosa de San Carlos, es poseedora de una formidable inteligencia y memoria. No es una historiadora, pero es la persona de consulta de nuestro pasado y de otros antecedentes que la trasmisión oral, grabó en sus oídos y que ella trasmite.
Desde niña le gustó hacer vestidos para sus muñecas y con el tiempo esa afición la transformó en una coleccionista de vestimentas de las mas diversas sociedades. La característica colección la puso a disposición de la Junta Local, años atrás.
La vida le ha permitido viajar y podemos decir, que pocos, como ella ha tenido la oportunidad de hacerlo. Desde La Gran Muralla China, La Alambra, la Torre Eiffel, el campanario llamado la Torre inclinada de Pisa, el desierto de Sahara hasta el desierto de Gobi; la han visto contemplarles.
En uno de sus últimos viajes, aún a sus años “cabalgó” en camello. Por lo cual en un encuentro se le llamó jocosamente “la domadora de camellos”... René Moreno, que es heredera de una rica y basta tradición familiar y regional, es una referente respetada e indispensable de nuestra sociedad.
Digna representante de una época gloriosa de San Carlos, es poseedora de una formidable inteligencia y memoria. No es una historiadora, pero es la persona de consulta de nuestro pasado y de otros antecedentes que la trasmisión oral, grabó en sus oídos y que ella trasmite.
Desde niña le gustó hacer vestidos para sus muñecas y con el tiempo esa afición la transformó en una coleccionista de vestimentas de las mas diversas sociedades. La característica colección la puso a disposición de la Junta Local, años atrás.
La vida le ha permitido viajar y podemos decir, que pocos, como ella ha tenido la oportunidad de hacerlo. Desde La Gran Muralla China, La Alambra, la Torre Eiffel, el campanario llamado la Torre inclinada de Pisa, el desierto de Sahara hasta el desierto de Gobi; la han visto contemplarles.
En uno de sus últimos viajes, aún a sus años “cabalgó” en camello. Por lo cual en un encuentro se le llamó jocosamente “la domadora de camellos”... René Moreno, que es heredera de una rica y basta tradición familiar y regional, es una referente respetada e indispensable de nuestra sociedad.