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Ramón... el de "La Corneta"
RAMÓN EL DE LA CORNETA::: REPORTAJE A RAMÓN EL DE LA CORNETA
- Papa, Moñato colorau como sangr e toro! Zapallo, Cebolla pa'l llanto! Ajises del insulto! De la bueee verdura frescaaaa...!
Así sonaba hace tiempo una voz conocida por muchos, recorriendo las calles de San Carlos. Ramón, el de la corneta; barrio a barrio, día a día, año a año…
Con sus muletas, su gorra y la sonrisa de siempre, puntual y preciso nos encontramos como habíamos acordado a la 16 horas en Plaza Artigas. Un café de por medio y fotos que traen recuerdos, que empañan el cristalino y entrecortan palabras.
Cerca de Garzón, en las sierras de la patria, sin partera ni doctores, un 12 de febrero de 1925 en casa de Don Mario Rodriguez y Doña María Tizano nacía Ramón.
- Me llevaron a los 6 años de mi casa en el campo a una estancia próxima a Rocha de Fuulano de Tarl Así nos criamos los 11 hermanos que éramos. Unos por aquí y otros por allá. Mi madre estaba mal de la cabeza y estuvo internada en el Vilardebó. No la conocí hasta que cumplí los 12 años. Me la presentaron en la ciudad de Rocha; hablaron por teléfono a la estancia y me llevaron a que la viera. No podía creer… Tenía a mi mamá delante de mí… En campaña hice escuela, solo primer año. Los juegos eran juntar ganado, las majadas de ovejas y las tareas de gurí. A cumplir los 12, me fui de la estancia pues me pegaban mucho. Resulta que yo era medio sabandija. Recuerdo que habían matado una víbora y se las tire a los compañeros. Fue esa vez como tantas, que venía la pregunta temida:
-¿Cómo te portaste Ramón?
-Muy bien!! .
- Bueno anda para el cuarto y sácate la ropita… .
Yo ya sabía lo que venía. Tenía una suela que la usaba muy bien y me castigaban duro!
Hablé con mi padre y me fui a vivir con él a Rocha, a la ciudad. Vinieron a ver porque no volvía y mi padre les dijo que permanecería con él pues lo que estaban haciendo no estaba bien. No se puede castigar así a un niño…
Empecé a trabajar en panadería. Limpiaba latas hasta los 15 años y así fui aprendiendo el oficio. Arranqué para Velázquez siendo ahora oficial con 16 años. Luego Aiguá, Pan de Azúcar y Punta del Este. Ahí me quedé 15 años en la panadería El Mago, a media cuadra de Gorlero. Era todo campo…. La gente venía y acampaban bajo los árboles en carros otros en autos. 6 jardineras repartían el pan y los bizcochos con caballos. Vi construir de a poquito Punta del Este. Cuando me vine a Maldonado todavía había campos limpios. Un día, vine a visitar a mi hermana a San Carlos. Había futbol y ella vivía frente a la cancha de Libertad. Yo era hincha de Nacional. Me invito al partido ese domingo entre Libertad y Atenas. No conocía las camisetas. .
- ¿Cual te gusta Ramón? .
- Ese, el blanco y celeste. .
Y quedo contenta pues era también su cuadro. Gano 1 a 0 Libertad. Pero el campeonato ese año se lo llevó Atenas. Al tiempo me mudé a San Carlos. Me hice hincha fanático de libertad. Trabajé de panadero en Lo de Grieco y comencé a vender verdura con una carretilla de mano llevando una corneta chica que por ella gritaba las ofertas. Así la gente me fue conociendo y por el sonido de la corneta me sentían de lejos. Pero un día, un vecino, me ofreció una grande. En un altillo estaba esperándome, dormidita... La tengo todavía en casa pintadita de los colores de Libertad y siempre digo que el día que yo me muera la achaten y la metan conmigo en el cajón... (se ríe) .
- Qué me cuenta de sus promesas?
-Hice muchas y las cumplí todas. La primera fue cuando salimos campeones juveniles. Cumplí 24 vueltas corriendo alrededor de la Plaza Artigas con la bandera. La gente me aplaudía y me esperaba en la llegada. Me entusiasmé e hice otra por Libertad, Bella Vista, Peñarol y Huracán Eran de 24 horas caminando sin parar alrededor de la plaza. Los vecinos me alcanzaban comida, un cafecito y yo no paraba. Solo para ir al baño, menos de 5 minutos. Dos promesas en Castillo, otra en Lazcano, dos en la plaza de Maldonado y acá.
Repartía en los partidos de Libertad caramelos para los niños. Recorrí muchos departamentos haciendo eso. A la gente le llamaba la atención estas acciones y tal vez me tomaban por loco. Ojalá hubiese más locos como yo… Me paraba al pie de la tribuna y tiraba los caramelos para todos. Vivía en el barrio Capandeguy, cerca de la vía y una tarde tomaba mate en un banquito y se me acercó un niño chico. No tenía zapatos. Me fui a la vuelta y pude comprarle un par de zapatillas. Y allá se fue loco de la vida!
Se me ocurrió que con mi carro, con el cual hacía fletes, podía pedir ropa, calzado y juguetes para los más chicos. Y así empecé a juntar cositas que las repartía donde las precisaban. Chicos y grandes...El finado Curbelo y Maximino me daban unos 200 pan dulces y los regalaba a los viejitos y la gente más humilde en las fiestas.
Nunca le falté el respeto a nadie. Un día haciendo un flete cargado y camino a el destino, el cliente se entrometió con una dama. Paré y lo hice bajar. Me fui solo hasta el domicilio y lo esperé ahí. Más nunca le hice un flete a ese maleducado!
Mi “parada” era en Sarandí y Treinta y Tres. Un día la Junta nos corrió y me mudé a la esquina del Supermarket.
Hoy vivo en un hogar de ancianos en la calle 33. Me están haciendo una pieza para mi solo. Un lujo! Tengo mis muebles mis cosas. Gracias a dios no me falta nada… Vendo rifas y Arias me hace las libretas y nunca me cobra. Le llevé dos pollos por la atención y me llamó emocionado y me dijo que él lo hacía por que yo lo merecía que no debía darle nada. Mi hija vive en Rocha y es de mi único matrimonio que duró 11 meses. Ella es muy pobre y nos vemos poco.
La payadora Marta Suint, quien vino a una criolla en la cancha de Libertad, en lo Del Grieco, me escribió estas décimas que me gustan mucho:
Desde el pago de Garzón,
un día te trajo el camino,
hasta el pueblo carolino
mi buen amigo Ramón.
Fletero de profesión
con tu carro y tu caballo
ni bien asoman los gallos
del sol anunciando el día,
se te ve con tu alegría
cruzando el suelo uruguayo .
En el oscuro rincón
donde nace la pobreza
donde no hay pan en la mesa,
ni yerba pa’l cimarrón,
allí se te ve Ramón
llevando ropa y comida
siempre la mano tendida
sin esperar recompensa,
sabiendo llegar ofensa
y hacer más linda la vida,.
Cuantas veces este pago
al llegar el 6 de enero
te encontró viejo carrero
oficiando de rey mago
saboreando trago a trago
el estar de la ternura
de las humildes criaturas
que te agradecen abuelo
que endulces con caramelos
tantos ratos de amarguras .
Ramón, llévanos contigo
hasta un mundo diferente
donde mil manos calientes
nos den más fuerza y abrigo
enséñanos noble amigo
a dar sin esperar nada
a soñar nubes pobladas
de soles y barriletes
con botijas con juguetes
celebrando tu llegada
Que tu equipo Libertad
lleve en alto donde quiera
blanca y celeste bandera
cual símbolo de amistad
y el día que por acá
ya no se oiga tu pregón
y se alce tu corazón
en el humo de un cigarro
sentado sobre tu carro
has de perderte Ramón.
Luego de estos versos nos miramos lo que pareció un rato… Una pintura de alguien que dio mucho por los demás a cambio de las gracias solamente. La tarde opacaba sus luces en grises. Tomó su gorra, sus muletas, me dio un abrazo y despacito se marchó por treinta y tres cuesta arriba.
De lejos, parecía escuchar en su silueta aquella voz que decía :
- ¡Muñato colorau como sangre e toro, verdura freeeesca!...
Hasta mañana Ramón.
Gaucho Integral
- Papa, Moñato colorau como sangr e toro! Zapallo, Cebolla pa'l llanto! Ajises del insulto! De la bueee verdura frescaaaa...!
Así sonaba hace tiempo una voz conocida por muchos, recorriendo las calles de San Carlos. Ramón, el de la corneta; barrio a barrio, día a día, año a año…
Con sus muletas, su gorra y la sonrisa de siempre, puntual y preciso nos encontramos como habíamos acordado a la 16 horas en Plaza Artigas. Un café de por medio y fotos que traen recuerdos, que empañan el cristalino y entrecortan palabras.
Cerca de Garzón, en las sierras de la patria, sin partera ni doctores, un 12 de febrero de 1925 en casa de Don Mario Rodriguez y Doña María Tizano nacía Ramón.
- Me llevaron a los 6 años de mi casa en el campo a una estancia próxima a Rocha de Fuulano de Tarl Así nos criamos los 11 hermanos que éramos. Unos por aquí y otros por allá. Mi madre estaba mal de la cabeza y estuvo internada en el Vilardebó. No la conocí hasta que cumplí los 12 años. Me la presentaron en la ciudad de Rocha; hablaron por teléfono a la estancia y me llevaron a que la viera. No podía creer… Tenía a mi mamá delante de mí… En campaña hice escuela, solo primer año. Los juegos eran juntar ganado, las majadas de ovejas y las tareas de gurí. A cumplir los 12, me fui de la estancia pues me pegaban mucho. Resulta que yo era medio sabandija. Recuerdo que habían matado una víbora y se las tire a los compañeros. Fue esa vez como tantas, que venía la pregunta temida:
-¿Cómo te portaste Ramón?
-Muy bien!! .
- Bueno anda para el cuarto y sácate la ropita… .
Yo ya sabía lo que venía. Tenía una suela que la usaba muy bien y me castigaban duro!
Hablé con mi padre y me fui a vivir con él a Rocha, a la ciudad. Vinieron a ver porque no volvía y mi padre les dijo que permanecería con él pues lo que estaban haciendo no estaba bien. No se puede castigar así a un niño…
Empecé a trabajar en panadería. Limpiaba latas hasta los 15 años y así fui aprendiendo el oficio. Arranqué para Velázquez siendo ahora oficial con 16 años. Luego Aiguá, Pan de Azúcar y Punta del Este. Ahí me quedé 15 años en la panadería El Mago, a media cuadra de Gorlero. Era todo campo…. La gente venía y acampaban bajo los árboles en carros otros en autos. 6 jardineras repartían el pan y los bizcochos con caballos. Vi construir de a poquito Punta del Este. Cuando me vine a Maldonado todavía había campos limpios. Un día, vine a visitar a mi hermana a San Carlos. Había futbol y ella vivía frente a la cancha de Libertad. Yo era hincha de Nacional. Me invito al partido ese domingo entre Libertad y Atenas. No conocía las camisetas. .
- ¿Cual te gusta Ramón? .
- Ese, el blanco y celeste. .
Y quedo contenta pues era también su cuadro. Gano 1 a 0 Libertad. Pero el campeonato ese año se lo llevó Atenas. Al tiempo me mudé a San Carlos. Me hice hincha fanático de libertad. Trabajé de panadero en Lo de Grieco y comencé a vender verdura con una carretilla de mano llevando una corneta chica que por ella gritaba las ofertas. Así la gente me fue conociendo y por el sonido de la corneta me sentían de lejos. Pero un día, un vecino, me ofreció una grande. En un altillo estaba esperándome, dormidita... La tengo todavía en casa pintadita de los colores de Libertad y siempre digo que el día que yo me muera la achaten y la metan conmigo en el cajón... (se ríe) .
- Qué me cuenta de sus promesas?
-Hice muchas y las cumplí todas. La primera fue cuando salimos campeones juveniles. Cumplí 24 vueltas corriendo alrededor de la Plaza Artigas con la bandera. La gente me aplaudía y me esperaba en la llegada. Me entusiasmé e hice otra por Libertad, Bella Vista, Peñarol y Huracán Eran de 24 horas caminando sin parar alrededor de la plaza. Los vecinos me alcanzaban comida, un cafecito y yo no paraba. Solo para ir al baño, menos de 5 minutos. Dos promesas en Castillo, otra en Lazcano, dos en la plaza de Maldonado y acá.
Repartía en los partidos de Libertad caramelos para los niños. Recorrí muchos departamentos haciendo eso. A la gente le llamaba la atención estas acciones y tal vez me tomaban por loco. Ojalá hubiese más locos como yo… Me paraba al pie de la tribuna y tiraba los caramelos para todos. Vivía en el barrio Capandeguy, cerca de la vía y una tarde tomaba mate en un banquito y se me acercó un niño chico. No tenía zapatos. Me fui a la vuelta y pude comprarle un par de zapatillas. Y allá se fue loco de la vida!
Se me ocurrió que con mi carro, con el cual hacía fletes, podía pedir ropa, calzado y juguetes para los más chicos. Y así empecé a juntar cositas que las repartía donde las precisaban. Chicos y grandes...El finado Curbelo y Maximino me daban unos 200 pan dulces y los regalaba a los viejitos y la gente más humilde en las fiestas.
Nunca le falté el respeto a nadie. Un día haciendo un flete cargado y camino a el destino, el cliente se entrometió con una dama. Paré y lo hice bajar. Me fui solo hasta el domicilio y lo esperé ahí. Más nunca le hice un flete a ese maleducado!
Mi “parada” era en Sarandí y Treinta y Tres. Un día la Junta nos corrió y me mudé a la esquina del Supermarket.
Hoy vivo en un hogar de ancianos en la calle 33. Me están haciendo una pieza para mi solo. Un lujo! Tengo mis muebles mis cosas. Gracias a dios no me falta nada… Vendo rifas y Arias me hace las libretas y nunca me cobra. Le llevé dos pollos por la atención y me llamó emocionado y me dijo que él lo hacía por que yo lo merecía que no debía darle nada. Mi hija vive en Rocha y es de mi único matrimonio que duró 11 meses. Ella es muy pobre y nos vemos poco.
La payadora Marta Suint, quien vino a una criolla en la cancha de Libertad, en lo Del Grieco, me escribió estas décimas que me gustan mucho:
Desde el pago de Garzón,
un día te trajo el camino,
hasta el pueblo carolino
mi buen amigo Ramón.
Fletero de profesión
con tu carro y tu caballo
ni bien asoman los gallos
del sol anunciando el día,
se te ve con tu alegría
cruzando el suelo uruguayo .
En el oscuro rincón
donde nace la pobreza
donde no hay pan en la mesa,
ni yerba pa’l cimarrón,
allí se te ve Ramón
llevando ropa y comida
siempre la mano tendida
sin esperar recompensa,
sabiendo llegar ofensa
y hacer más linda la vida,.
Cuantas veces este pago
al llegar el 6 de enero
te encontró viejo carrero
oficiando de rey mago
saboreando trago a trago
el estar de la ternura
de las humildes criaturas
que te agradecen abuelo
que endulces con caramelos
tantos ratos de amarguras .
Ramón, llévanos contigo
hasta un mundo diferente
donde mil manos calientes
nos den más fuerza y abrigo
enséñanos noble amigo
a dar sin esperar nada
a soñar nubes pobladas
de soles y barriletes
con botijas con juguetes
celebrando tu llegada
Que tu equipo Libertad
lleve en alto donde quiera
blanca y celeste bandera
cual símbolo de amistad
y el día que por acá
ya no se oiga tu pregón
y se alce tu corazón
en el humo de un cigarro
sentado sobre tu carro
has de perderte Ramón.
Luego de estos versos nos miramos lo que pareció un rato… Una pintura de alguien que dio mucho por los demás a cambio de las gracias solamente. La tarde opacaba sus luces en grises. Tomó su gorra, sus muletas, me dio un abrazo y despacito se marchó por treinta y tres cuesta arriba.
De lejos, parecía escuchar en su silueta aquella voz que decía :
- ¡Muñato colorau como sangre e toro, verdura freeeesca!...
Hasta mañana Ramón.
Gaucho Integral
Poema a "Ramoncito" Rodriguez de Pablo Alfonso:
El Ángel de este pueblo
Un hombre en este pueblo
de nombre solidaridad;
jamás tuvo riquezas
tan sólo ganas de ayudar.
Los pobres son su meta
y su carro el instrumental
para dar sus juguetes
cuando viene la navidad...
No tuvo nunca nada,
le bastó la felicidad
de ver muchas sonrisas
en la cara de los demás...
Si escucho una corneta
me dice que pasando irá:
"el ángel de los pobres
vestido de albo y celestial".
Ramón es el humilde
carrero que soñando va
al pobre de mi pueblo
su mano amiga siempre dar...
Pablo Alfonso
Un hombre en este pueblo
de nombre solidaridad;
jamás tuvo riquezas
tan sólo ganas de ayudar.
Los pobres son su meta
y su carro el instrumental
para dar sus juguetes
cuando viene la navidad...
No tuvo nunca nada,
le bastó la felicidad
de ver muchas sonrisas
en la cara de los demás...
Si escucho una corneta
me dice que pasando irá:
"el ángel de los pobres
vestido de albo y celestial".
Ramón es el humilde
carrero que soñando va
al pobre de mi pueblo
su mano amiga siempre dar...
Pablo Alfonso
"El Flaco Carranza" (Texto de Jeanette Piríz)
SEMBLANZAS
Era flaco, tan extremadamente flaco que parecía que sus largas piernas colapsarían en cualquier momento. Sus gastados pantalones vaqueros se sostenían gracias a un cinto tal vez demasiado grande para su talle.
Alto, desgarbado, conservaba en sus ojos a pesar de todo la expresión de un niño desvalido.
El termo y el mate completaban su figura como elementos ya incorporados a sus manos, como mudos compañeros de vida.
Nunca lo vi sin ellos.
Y cuando el mate estaba vacío siempre llegaba el socorro de alguna cocina del barrio en la bolsita transparente: una cebadura de yerba.
Dicen que fue un buen jugador de fútbol, que podía haber llegado a más, pero esas glorias efímeras a veces no atraen amigos sino humo, copas y olvido.
Se sorprendió un día cuando le pregunté si tenía fotos de esos tiempos. Al otro día, tesoro celosamente guardado, desfilaron ante mis ojos jóvenes futbolistas de antaño, copas de viejos campeonatos orgullosamente sostenidas y el detalle de nombres y año de cada foto que aún conservo.
Por ese entonces mis hijos habían recogido de la calle a un enorme Collie ya con algunos años encima, al que habían bautizado con el nombre de “Arturo”. Fue de inmediato; Arturo y él se hicieron amigos incondicionales, tal vez porque ambos sabían mucho de calles y desengaños.
Era sólo llamarlo y Arturo corría a su lado y se prodigaba en mimos y aullidos de alegría. Pero un día Arturo no caminó más y un día, un triste día, hubo que sacrificarlo.
“Arturooooo...”, lo llamaba desde el portón de nuestro patio. “Arturooooo...”. Me acerqué y le dije que Arturo se había enfermado y que... Se apoyó en la pared, se sentó lentamente en los escalones de la puerta y ahí se quedó con los ojos arrasados en lágrimas. Nos quedamos sin palabras, compartiendo el dolor por el amigo muerto.
Debo decir que era una persona respetuosa a quien nunca le escuché una palabra fuera de lugar.
Un día cuando le alcanzaba la bolsita con yerba y alguna otra vitualla me preguntó si le podía prestar determinada cantidad pues tenía que ir a Maldonado a renovar la cédula.
Desconfié, dudé, pero le di el dinero. Él debe haber notado esa vacilación porque a los pocos días apareció en mi puerta con la constancia de la cédula. “Quería que supieras que era verdad” -dijo. Me sentí miserable y no supe que decir.
Así transcurrió el tiempo hasta que un día súbitamente se le dejó de ver por el barrio. Preguntando por él alguien me comentó que se había caído y fracturado... que lo habían operado en Montevideo y ya estaba en San Carlos, en el hospital.
Me prometí que debía ir a verlo y llevarle algo... nunca lo hice.
Tiempo después me entero que se había ido para siempre.
Le decían “Carranza”.
Jeanette Piriz
Era flaco, tan extremadamente flaco que parecía que sus largas piernas colapsarían en cualquier momento. Sus gastados pantalones vaqueros se sostenían gracias a un cinto tal vez demasiado grande para su talle.
Alto, desgarbado, conservaba en sus ojos a pesar de todo la expresión de un niño desvalido.
El termo y el mate completaban su figura como elementos ya incorporados a sus manos, como mudos compañeros de vida.
Nunca lo vi sin ellos.
Y cuando el mate estaba vacío siempre llegaba el socorro de alguna cocina del barrio en la bolsita transparente: una cebadura de yerba.
Dicen que fue un buen jugador de fútbol, que podía haber llegado a más, pero esas glorias efímeras a veces no atraen amigos sino humo, copas y olvido.
Se sorprendió un día cuando le pregunté si tenía fotos de esos tiempos. Al otro día, tesoro celosamente guardado, desfilaron ante mis ojos jóvenes futbolistas de antaño, copas de viejos campeonatos orgullosamente sostenidas y el detalle de nombres y año de cada foto que aún conservo.
Por ese entonces mis hijos habían recogido de la calle a un enorme Collie ya con algunos años encima, al que habían bautizado con el nombre de “Arturo”. Fue de inmediato; Arturo y él se hicieron amigos incondicionales, tal vez porque ambos sabían mucho de calles y desengaños.
Era sólo llamarlo y Arturo corría a su lado y se prodigaba en mimos y aullidos de alegría. Pero un día Arturo no caminó más y un día, un triste día, hubo que sacrificarlo.
“Arturooooo...”, lo llamaba desde el portón de nuestro patio. “Arturooooo...”. Me acerqué y le dije que Arturo se había enfermado y que... Se apoyó en la pared, se sentó lentamente en los escalones de la puerta y ahí se quedó con los ojos arrasados en lágrimas. Nos quedamos sin palabras, compartiendo el dolor por el amigo muerto.
Debo decir que era una persona respetuosa a quien nunca le escuché una palabra fuera de lugar.
Un día cuando le alcanzaba la bolsita con yerba y alguna otra vitualla me preguntó si le podía prestar determinada cantidad pues tenía que ir a Maldonado a renovar la cédula.
Desconfié, dudé, pero le di el dinero. Él debe haber notado esa vacilación porque a los pocos días apareció en mi puerta con la constancia de la cédula. “Quería que supieras que era verdad” -dijo. Me sentí miserable y no supe que decir.
Así transcurrió el tiempo hasta que un día súbitamente se le dejó de ver por el barrio. Preguntando por él alguien me comentó que se había caído y fracturado... que lo habían operado en Montevideo y ya estaba en San Carlos, en el hospital.
Me prometí que debía ir a verlo y llevarle algo... nunca lo hice.
Tiempo después me entero que se había ido para siempre.
Le decían “Carranza”.
Jeanette Piriz